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Benarés, o Varanasi, la Metrópolis Sagrada de la Religión Hindú

Todo el mundo nos había hablado mucho y bien de Varanasi. Se trata de la ciudad sagrada por excelencia. Bañada por el Ganges todo aquel que puede permitírselo acude allí a purificar su alma.
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A las 8.30 de la mañana ya estábamos en danza a la espera de que llegara nuestra estación en cualquier momento, ilusos. La mañana fue una verdadera tragicomedia, cada vez que preguntabas cuánto quedaba, no solo no quedaba menos sino que aumentaba el tiempo. Dios, habíamos entrado en un bucle espacio-tiempo sin fin, qué agonía.

Finalmente llegamos a las 14.00, !9 horas de retraso!, ni Renfe en sus peores tiempos. Durante la mañana pasamos un agradable rato con nuestros compañeros de cama, una familia india que viajaba a Calcuta ya que él era joyero y tenía varias tiendas.

La verdad es que viajar en tren es una delicia, por lo menos a mi me encanta. Es nostálgico, tranquilo, sosegado, me encanta quedarme embobado viendo el paisaje pasar por la ventanilla.

En un tren en India este efecto se multiplica por mil, la sensación de estar recorriendo caminos de hierro a miles de kilómetros de tu hogar te recorre todo el cuerpo solo con mirar por la ventanilla. En la india los trenes no tienen ningún tipo de dispositivo de cierre de puertas ni nada que se le parezca, y da igual que el tren vaya a 20km/h que a 200km/h (aunque creo que esta velocidad es una quimera para ellos), puedes abrir la puerta del vagón y dejar que el viento te golpee en la cara, disfrutar de saludar a la gente cuando pasas estaciones o ver el trajín que se traen cuando para en una estación.

La verdad que es una experiencia única que merece la pena vivirlo aún no teniendo la necesidad de coger un tren, simplemente por vivirlo.

Benarés, o Varanasi

En Varanasi nos esperaba un pobre hombre que se había comido las 9h de retraso en la estación. Su cara era un poema, prácticamente no nos dirigió la palabra hasta entrar en el coche. Una vez dentro arrancó el bólido y rumbo al hotel. El camino de la estación al hotel, lo intentas hacer en un videojuego y no te sale, qué puto loco.

Ya teníamos claro que en India se conduce a lo loco, pero lo de este era temerario en grado 3, y para colmo nos decía “No rules” y cada animal que nos encontrábamos en el camino lo señalaba y decía “Traffic police” y se partía el culo.

En fin, una vez pasado tiene su gracia, pero en el momento yo no veía claro que fuésemos a llegar de una pieza.

En el hotel una ducha fugaz y había que ponerse en marcha, solo teníamos ese día y algo de la mañana del siguiente para visitar Varanasi y con el pedazo de retraso del tren nuestros planes se habían trastocado un poco.

Todo el mundo nos había hablado mucho y bien de Varanasi. Se trata de la ciudad sagrada por excelencia, bañada por el Ganges todo aquel que puede permitírselo acude allí a purificar su alma. La ciudad se extiende a lo largo del Ganges y a lo largo de un par de kilómetros toda la orilla del Ganges está salpicada de Ghats.

Gath significa “peldaño” en hindi y representa muy bien lo que son, peldaños de acceso al Ganges para que la gente pueda acceder para fines tan espirituales como purificar su alma, como tan mundanos como lavar la ropa.

Empezamos nuestro paseo por el Ghat más al Sur, y la verdad es que al principio me decepcionó un poco, unas cuantas barcas salpican la orilla pero nadie se bañaba. Fuimos avanzando río arriba pasando los diferentes Ghats que son anunciados con unos enormes carteles amarillos y negros. La verdad es que según íbamos remontando el río parece que la actividad crecía y ya se podía ver más bullicio en algunos Ghats.

La ciudad de Varanasi, que va más allá de los Ghats, termina a las orillas del Ganges con una muralla bastante vistosa que le confiere un aire único a esta ciudad. El paseo por la orilla del Ganges es de lo más peculiar, te puedes encontrar prácticamente de todo: niños volando cometas, gente limpiando a una vaca en el río, puestos ambulantes, gente que te ofrece marihuana,…

Tras sortear todo tipo de obstáculos, digamos que no está acondicionado como la Barceloneta, llegamos a lo más heavy del todo el viaje con diferencia, el ghat “Manikarnika”. Algunos gaths, no son accesos al rio al uso, sino que se trata de crematorios al aire libre.

A lo lejos ya se puede ver que en esa zona de la ciudad ocurría algo de más envergadura que en el resto de los Gaths. Unas columnas de humo se elevaban hacía el cielo rodeadas de montones enormes de troncos. En la orillas del Gath “Manikarnika” se acumulaban barcas repletas de madera lista para ser usada como combustible para incinerar a los que ya han pasado a mejor vida.

De lejos saque una foto y ya ahí me advirtieron que las fotos estaban prohibidas, que había que respetar el dolor de las familias. Con la cautela de saber que lo que íbamos a ver no era apto para todos los estómagos fuimos acercándonos poco a poco, la verdad es que es difícil de describir el lugar.

Con el sol ya cayendo el lugar estaba impregnado del humo que desprendían las piras en llamas, la gente se arremolinaba alrededor de las cremaciones y el ambiente que se respiraba era sinceramente imposible de describir con palabras.

En un determinado momento vimos como de unas escaleras bajaban un grupo de personas con un cadáver envuelto en una fina sábana, con los ojos como platos seguimos con la mirada a la comitiva fúnebre que se dirigía a un grupo de troncos previamente preparados para su incineración. Sinceramente creo que es el primer cadáver que veo en mi vida, e impresiona. Laura me dijo que se le revolvían las tripas y que me esperaba alejada. Yo más allá del morbo quise ver el ritual, ver como veían ellos el concepto de la muerte.

Estaba realmente sorprendido de la manera de ver la muerte en las diferentes culturas, en la nuestra, el cadáver de una persona es un tema absolutamente tabú, pero sin embargo ellos lo tratan con una naturalidad pasmosa, la gente lo veía sin ningún tipo de reparo, como algo natural, como algo que forma parte de la propia vida, la muerte.

Durante un rato más observe como lo colocaban en la pira y le prendían fuego y una nueva columna de humo comenzó a ascender. Ya era prácticamente de noche, y el amarillo de las llamas coloreaba el ambiente, que lejos de ser macabro se tornaba intimo, ceremonial.

Ya con la luna en el horizonte fuimos deshaciendo el camino río abajo y nos metimos por las callejuelas del la ciudad. Un sin fin de estrechas calles abarrotadas de gente iban ramificandose a izquierda y derecha. A diferencia de los abandonados gaths a esas horas, la ciuda bullia de actividad.

Finalmente salimos a una especie de plaza más grande a las orillas del Ganges donde se estaba celebrando una ceremonia, me dio la sensación de ser más espectaculo que ceremonia en sí. Decenas de personas se arremolinaban alrededor de 5 hombres que movían velas a inciensos al ritmo de un tambor.

Un rato después terminamos de deshacer el camino hasta el hotel ya que el día siguiente habíamos quedado a las 5.30 de la mañana para hacer el clásico paseo en barca por el Ganges.

Una mañana más tocaba madrugar, y mucho. A las 5.30 y tras recorrer unas cuantas oscuras calles de Varanasi nos montamos en una barca al cobijo de las sombras que todavía cubrían la ciudad. A golpe de remo fuimos remontando el Ganges viendo cómo la gente sumergía sus cuerpos en las aguas del rio sagrado ¡5.30 de la mañana y la gente estaba ya metida en el agua!, una vez más ver para creer.

A lo largo de la siguiente hora recorrimos el Ganges hasta llegar otra vez al Gath “Manikarnika” donde las piras ya apagadas seguían desprendiendo humo. Ya con el sol sobre nuestras cabezas y con la preciosa luz del amanecer fuimos viendo en incontables ocasiones el rito de la ablución, que no es otra cosa que purificar el cuerpo agua, en este caso con el agua sagrada del Ganges.

Algunos con más devoción otros de manera más mecánica, pero decenas de personas dejaban sus impurezas a las orillas del Ganes a las intempestivas 6 de la mañana. El paseo había merecido la pena, al cobijo del silencio del amanecer y con el único sonido del agua pudimos ver esta vez si el Varanasi más espiritual, más intimo.

La paz espiritual había terminado, ahora solo nos quedaba disfrutar de la paz terrenal, Goa nos esperaba a unos cuantos kilómetros al sur. Tras el paseo en barca y con unas ojeras dignas de mención fuimos al hotel a recoger nuestros bártulos, un par de vuelos nos esperaban, el paraíso estaba cerca!

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