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Una verdadera delicia para los sentidos, el disfrutar de los corales que esconde el Mar Rojo y la innumerable cantidad de vida que hay ahí abajo.
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Hoy el día comenzaba con un mariposear en el estómago, propio de los minutos que preceden a una actividad que te inspira respeto. Tras un copioso desayuno y tras unas cuentas vueltas nos presentamos en el centro de buceo en donde habíamos hecho la reserva.

En las mesas del centro de buceo hemos tenido una pequeña introducción de cómo serían las inmersiones. Una agradable argentina, cuyo nombre no me acuerdo, fue la encargada de explicarnos todos los pormenores en un agradable castellano. Nos presentó a nuestro monitor, Simón. Un neozelandés de esos que tienen acento de los que cuesta entender, pero bueno como debajo del agua no ha idiomas, no supone mucho problema.

Una vez equipados nos acercamos a la playa, ya que esta inmersión empezaría desde la orilla. 30 segundos de auténtica asfixia, moverse con todo el equipo puesto a 40 grados es un poco agónico. Ya en el agua nos pusimos las aletas, las máscaras y comenzamos a sumergirnos.

La primera inmersión incluía un check dive, que consistía en repasar las maniobra básicas a poca profundidad con el fin de hacerse al medio cuando uno no está muy entrenado. Ya en el fondo del mar, comencé a notar que algo no iba muy bien, respiraba acelerado y parecía no tener aire, así que subí a la superficie. No se porque motivo, supongo que a falta de experiencia, pero los 5 primeros minutos de la primera inmersión, lo suelo pasar mal, me cuesta hacerme a la respiración lenta y profunda que requiere el buceo. Al final todo ha quedado en una anécdota, vuelta para abajo, unos segundos de respirar con tranquilidad y tu cerebro acepta el nuevo medio tras lo cual todo va sobre ruedas.

Ahora solo quedaba disfrutar, y la verdad es que lo hemos hecho. Esta primera inmersión nos ha acercado a los corales que esconde el Mar Rojo y la innumerable cantidad de vida que hay ahí abajo. Una verdadera delicia para los sentidos. Mi primera inmersión ha sido algo más corta que la del resto, entre los nervios del principio y que el cuerpo masculino consume más oxígeno, tuve que salir antes que el resto respirando el aire del regulador de emergencia del monitor, ya que en mi botella solo quedaban las babas.

Tras un rato de relax, salieron el resto. Buceamos con una pareja de chicas alemanas, así que en total éramos cinco. 40 minutos para llevarnos algo a la boca y a las 14.00 comenzaría una inmersión que supongo que pasará tiempo hasta que otra la supere. Íbamos a bucear alrededor de un barco hundido, pecio se llama en la jerga del buceo. Resulta que fue un antiguo barco construido en Gijón, que pasó parte de su vida en Donosti, pero cosas del destino acabó comprado por una empresa libanesa. El barco en cuestión debió sufrir un incendio y a la vista de que nadie quería hacerse cargo de él, el rey de Jordania decidió hundirlo para convertirlo en un destino de buceadores, curiosa historia sin duda.

Esta vez a inmersión comenzaba desde el barco, tirándonos al más puro estilo buceador. No os podéis hacer una idea la preciosidad que han visto nuestros ojos, de veras que me parecía estar viendo un documental del Discovery Channel. Con una visibilidad de 30m, bucear alrededor de un barco hundido, con 21m de agua sobe tu cabeza y rodeado de peces de mil y un colores es una experiencia difícil de olvidar. Esta vez con un buen control de la respiración y mucho más relajado, la botella duró lo que debía durar.

Aquí terminaba la acción del día, tras recoger el equipo y despedirnos de la gente nos hemos venido al hotel a disfrutar de su interminable piscina y en estos momentos nos disponemos a llenar nuestros rugientes estómagos.

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