El día una vez más comenzaba bien pronto por la mañana. Tras rendir cuentas de un delcioso té que nos ofrecieron en el camping mientras pagábamos nos pusimos manos a la obra con Meknes.
Meknes es la última de las ciudades imperiales que nos quedaba por visitar. Y la dejamos la última precisamente porque personalmente es la que menos jugo tiene. Con la puerta más impresionante de Marreuecos, Bab Mansour, Meknes es una ciudad cuidada con menos barullo y más sosegada que sus hermanas. Por eso tampoco le dedicamos mucho más de una mañana.
Lo primero eso si, era echar gasolina a la máquina y la verdad es que hoy nos apetecia desayunar fuera de la furgo, así que pateando por la medina encontramos una riad, que rezaba “restaurante” así que entramos y dimos cuenta de un buen desayuno, pero lo mejor estaba por llegar. Cuando fuimos a pagar, se quedaron extrañados ya que el desayuno está incluido en el alojamiento. Les comentamos que no estábamos alojados, pero como ponía restaurante habíamos entrado. La respuesta fue de lo más sorprendente, “está bien, no pasa nada pero dejadnos una buena crítica en TripAdvisor..”. Increible pero cierto, habíamos desayunado por la patilla.
Durante el resto de la mañana pateamos su medina e intentamos entrar en Mausoleo de Mulay Ismaíl pero como estaban de rezo no se podía entrar hasta pasadas dos horas. Así que como no somos de ver muchas piedras sino de perdernos por las callejas seguimos recorriendo las calles de Meknes hasta que sobre la hora de comer pusimos rumbo a Chefchaouen para intentar verlo hoy y poder cruzar el estrecho esa misma noche adelantando un poco la vuelta que nos iba a venir bien a los dos para organizar la vuelta al tajo.
De camino a Chechaouen hicimos una brevisima parada en Mulay Idrís, que es uno de los pueblos más sagrados de Marruecos en donde hasta hace poco no estaba permitida la visita a los turistas. La verdad es que queríamos llegar a Chefchaouen y solo nos dimos un pequeño paseo por su plaza.
Según vas avanzando hacia el norte, los verdes del valle del Riff van dejándose ver dejando atrás los desérticos paisajes de Tinherir. En uno de los quiebros puede ver un montón de casas azules encajadas en la montaña, Chefchaouen.
Una vez aparcados nos pusimos a patear su medina y sin desvelar nada que no se sepa solo hay una palabra que la define, azul. Según te vas adentrando en la medina el azul se vuelve más y más intenso sintiéndote muchas veces como en el fondo de una piscina vacía. La medina tiene bastante trasiego de gente pero la pena de todo es que la mayoría de la gente son como nosotros, forasteros. Es difícil encontrar rincones con gente autóctona o poder ver la vida un poco más en profundidad de la gente de ese pueblo y me quedo con muchas ganas de volver y dedicarle algún día más solo a esta ciudad para poder profundizar más. Eso sin contar que podría tirarme una semana sacando fotos, que delicia de lugar.
La verdad es que Chefchaouen no tiene mucho más que ver a parte de callejear por la medina, si que es cierto que teníamos pensado hacer alguna excursión por el valle del Riff al día siguiente pero una vez más nos exigiría estar en un lugar muerto hasta el amanecer y preferíamos ir subiendo a casa para organizar la “vuelta al cole”.
Así que sobre las 18.30 y con el sol ya acostado cogimos la furgo y pusimos la directa hacia el puerto de Tanger para intentar coger el ferry de las 20.00. Lo digo intentar porque fue precisamente eso, intentar.
Tras ir un buen rato detrás de camiones que iban a poco más de 30 km/h y de hacer los últimos 20km a 160km/h llegamos al puesto a escasos 3 min de que saliera el ferry. Mucha suerte tendríamos que tener para haberlo cogido, estaba completo.
Así que nos acomodamos en el parking del puerto a echar una cabezada hasta las 2 que salía el siguiente ferry. La verdad es que la vuelta fue un poco agónica, el ferry de las 2 llegó a las 3 y tardó más de 1 hora en embarcar. Imagináos la imagen al entrar al ferry, era dantestca gente desplomada por cada rincon intentando conciliar unos minutos de sueño antes de llegar a Algeciras. Ni cortos ni perezosos nos subimos las almohadas de la furgo y nos tiramos al suelo a recuperar un poco de fuerzas para el viaje hasta Madrid. Tras desembarcar y pasar casi otra hora para pasar la aduana, al fin a eso de las 8.30 de la mañana estábamos rumbo a Madrid. Nuestra escapada había terminado