Con legañas en los ojos salimos de la cabañita donde hemos pasado la noche y fuimos a echar gasolina al cuerpo que el día una vez más sería largo y terminaría en Jaipur, La Ciudad Rosa de la India.
Un copioso desayuno nos esperaba en la mesa: tostadas, te, y unas suculentas bolitas de patata. Para variar me puse de desayunar como un gorrino, y esas pequeñas bolitas de patata estaban de muerte y sin duda me acordé de ellas el resto del día y parte del siguiente.
Pushkar
Gopal nos volvió a cercar a Pushkar ya que el hotel estaba un poco alejado para echar un último vistazo y verlo de día. Calle arriba, calle abajo le pegamos un buen bocado a la mañana. Seguíamos sin pillarle el punto a esta ciudad que combinaba el mundo más turístico con el más espiritual, pero tenía rincones interesantes para perderse y algún otro templo al que entrar descalzo, ver el aspecto de los pinreles de la peña que te precede no tiene precio… y ver a Laura de puntillas por el templo tampoco. La verdad es que después de esta visita jamás tendré reparo en ducharme en un centro cívico sin chancletas, madre mía que costra de roña que calzan algunos.
Tras reunirnos con Gopal que se encontraba comprando algo de música local pusimos pies en polvorosa rumbo a Jaipur, la ciudad más poblada de Rajasthan.
Jaipur: La Ciudad Rosa
En las afueras de Jaipur ya se podía apreciar que se trataba de una gran ciudad, unas mega columnas de cemento esperaban que en un futuro cercano una carretera descansase sobre ellas. Gopal nos decía que será el metro algún día, pero que las obras son realmente lentas.
Tras unos cuantos quiebros llegamos al hotel donde dejamos las cosas con la satisfacción de saber que no habría que empacar todo a la mañana siguiente, aquí pasaremos dos noches. Tras una ducha rápida nos pusimos a caminar hacia la ciudad rosa, el centro de Jaipur. Se llama así ya que no sé en qué año, no sé exactamente que marajá decidió pintar todas las casas de rosa ya que era el color de la buena suerte. Había una buena tirada hasta la ciudad rosa, y a pesar de que la ciudad estaba más desnaturalizada, ahora no es tan habitual ver vacas o camellos por la ciudad, el caos de tráfico sigue siendo parecido, aunque los semáforos ya no son objetos anecdóticos.
La llegada a la ciudad rosa es algo difícil de olvidar la verdad. Tras pasar la muralla que la delimita, un absoluto caos se abría ante nuestros ojos. Claxones, ruido de motores y cientos y cientos de personas que abarrotaban las calles. Algo verdaderamente de locos, y eso que ya llevamos unos días de entrenamiento. Un lugareño nos contaba que está especialmente concurrida ya que en breve se celebra un importante festival y por ello la gente acude en masa a comprar sobre todo ropa.
Al igual que en el caso viejo de mi ciudad las calles se dividen en profesiones: joyeros, artesanos, marmolistas…, cada gremio tiene su calle. Tras unos primeros segundos de aclimatación y sobre todo tras ubicarnos comenzamos a patear la “pink city”.
Yo llevaba unas horas encontrándome un poco mal del estómago, unos retortijones me hacían presagiar lo peor, aunque no parecía nada serio preferimos darle un descanso a nuestros estómagos y volver a la comida occidental por primera vez en lo que llevamos de viaje. Un restaurante italiano que de italiano tenía lo que yo de lañador fue el testigo de nuestra claudicación. Tenía la ligera sospecha de que más que indigestado por la comida italiana estaba empachado por el desayuno de la mañana, o quizá ambas cosas.
El caso es que mi malestar y el ensordecedor bullicio de la “pink city” terminaron por superarnos ampliamente. Sinceramente nunca me había sentido tan sobrepasado por el ambiente que me rodea, pero lo de este sitio era para volverse loco. Obviamente mi situación estomacal no era la mejor para disfrutar de nada, pero de veras que lo de la “pink city” es para vivirlo.
Intentamos meternos por calles más secundarias para evitar el caos de las más grandes, pero la paz duró poco, enseguida volvías a caer en una arteria principal que bombeaba sangre a presión. Aunque el sitio más emblemático de esta ciudad es el Hawa Mahal
En una de estas calles secundarias, la de los marmolistas sucedió algo que me ha hecho cambiar mi forma de ver las fotos a los niños. En estos países mucha gente si ve que le has sacado una foto te pide rupias, y los mayores ya saben de que va la vida, pero con los pequeños es diferente, siempre evito que me vean, y si me ven evito darles nada ya que solo contribuyes a que se conviertan en mercenarios del click y no es de recibo.
El caso es que caminando por las calles de los marmolistas una niña con un bebe y mucha mugre en brazos nos decía “picture, picture”, sabiendo cuál es el fin de este tipo de reclamos pasamos olímpicamente, pero 300mts más adelante un grupo de chavales que jugaban en la calle y que no parecían estar mendigando al verme sacando fotos a un camello que cruzaba la calle me decían “picture, picture” ya accedí, disparé unas cuantas fotos y ahí comenzó el espectáculo.
Un enjambre de niños se arremolinan ante mi y tras ver las fotos en la pantalla querían su momento de gloria chillaban reían,… Laura en un segundo plano retrataba el momento con su iPhone. El caso es que la niña del bebé, a la que negué la foto también se acercó y esta vez si, disparé la foto ya que la situación había cambiado.
El sentimiento de culpabilidad me invadió al ver cómo sonreía al verse en la pantalla, y sin ninguna intención de rupias por medio. Esta historia no tuvo final feliz, una pena, no sé muy bien de dónde pero apareció un señor que soltó un par de hostias tipo cobra (no sabes de donde vienen, pero llegan) y disolvió la manifestación.
La verdad es que me quedé bastante sorprendido ya que era obvio que no me estaban molestando y que todos los estábamos pasando bien, pero bueno “allá donde fueres haz lo que vieres” y sin intención de repartir yo galletas tampoco era nadie para cuestionar porque les pegaba, así que con una mirada de pena hacia atrás nos fuimos caminando calle arriba.
La verdad es que nunca sabes como acertar, y si bien es cierto que muchas veces te piden fotos para obtener un beneficio muchas veces para ellos es simplemente diversión y eso lo hace bonito, pero nuestros prejuicios siempre están ahí jodiendo la marrana.
Yo necesitaba un baño con relativa urgencia y tras preguntar a un lugareño nos dijo que dentro de la pink city no hay muchos, el más cercano se llamaba “Sweet dreams”, un lugar muy adecuado para hacer de vientre sin duda. Laura me pedía una soda con limón mientras yo salía disparado al baño. Falsa alarma, no me iba por la pata abajo, pero mis tripas siguen revueltas, mis sospechas del empacho cobraban fuerza.
Tras la soda con ,limón, que sinceramente estaba cojonuda nos armamos de valor para salir al ensordecedor mundo de la “pink city”. Cual autómatas perfectamente programados fuimos recorriendo las calles respondiendo “no” a todo tipo de inputs externos, finalmente nos rendimos a los brazos de un tuk-tuk que nos acercó hasta el hotel.
La cama fue nuestro mejor aliado, caímos en un profundo sueño, el día había sido largo. La noche no fue la más reconfortante de mi vida la verdad, el estómago seguía dándome problemas y solo de pensar en comida india se me retorcía una vez más. Me desperté con ganas de poco y menos de volver al enjambre de sonidos de la “pink city”. Pero estaba claro que no habíamos hecho 7000 km para quedarnos en la cama, hoy tocaba paseo en elefante.
A la hora acordada, las 8.00 nos reunimos con Gopal para ir al fuerte Amber, una imponente fortificación a la que se accede a los lomos de un elefante. Un poco Port Aventura en el que la cola de guiris es digna de mención, pero el paseo estaba incluido en lo acordado desde Vitoria y tenía su gracia.
Entre vaivenes fuimos ganado altura hasta llegar a la plaza principal del fuerte. Durante la subida varios indios sacaban fotos al más puro estilo atracción, para a la salida coger tu recuerdo. Pero de una manera muy anárquica, no había nada oficioso allí, cada uno sacaba fotos a lo que le apetecía y como le apetecia.
La visita al fuerte está relativamente bien, el edificio es bonito de visitar y tiene mil rincones por donde perderse, no hay ninguna ruta marcada y pasamos un rato agradable. De vuelta al coche, a parte de perdernos, un tipo nos asaltó con unas fotos nuestras en la mano al grito de “500 rupiees”, obvio en algún lugar debían de estar los del photocall de la subida.
Peor a diferencia de Port Aventura donde nadie te dice nada, tu tienes que buscar tu foto y si quieres la pagas, aquí un tipo que te había sacado una foto hace hora y media era capaz de localizarte a la salida entre decenas de personas e ir a por ti con tus fotos en la mano, simplemente acojonante. Tras regatear hasta las 100 rupias nos llevamos 4 o 5 fotos de recuerdo.
No contentos con esto, 100 mts más abajo otro tipo nos ofrecía sus fotos por otras 500 rupias, efectivamente lo de las fotos era anarquía en estado puro, allí el que quiere va con su cámara y luego cada uno se las ingenia para colocárselas al guiri de turno.
Obviamente pasamos en moto, ya teníamos 5 fotos, pero su insistencia fue tal que 50 rupias fueron suficientes para hacerlo callar y llevarnos otras 5 fotos. Resumiendo, unas 10 fotos por 2 euros, Port Aventura debería pensárselo!
De vuelta a Jaipur visitamos el palacio de la ciudad, que una vez más el edificio es bonito de ver, pero estoy de vitrinas de vajillas, sables y demás hasta el gorro. Visita tranquila y sin detenernos en vitrinas.
A la salida acordamos con Gopal la hora de reunión para el día siguiente ya que la tarde la gastaríamos a nuestro aire por Jaipur.
Ya de vuelta al hotel y con unas ganas de sentar el culo tremendas el día me tenía preparada otra sorpresa. Tras sacar la foto bajo estas líneas e ir revisando en la cámara en vez de ir mirando al suelo le pegué un patadón interesante a un trozo de hierro que sobresalía del suelo.
El dedo a la mañana siguiente tenía un aspecto lo suficientemente desagradable como para no subir la foto, puto karma… si sonrío a todo el mundo. En fin, con el carrete esto no pasaba.
3 responses
Estoy por aqui Lope…disfrutad todo lo que podais, que se acaba enseguida!
joder, que melocotón, soy Roke
Qué pasada de viaje y de fotos.
Un abrazo.