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Jodhpur se reconoce fácilmente ya que muchas de sus casas están pintadas de azul.
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Los lejanos cacareos de los gallos anunciaban el amanecer de un día que terminaría en Jodhpur.

Con legañas en los ojos no pude evitar el salir de la jaima a ver el amanecer, y estaba de suerte, salí precisamente en el instante que el sol salía justo enfrente de donde lo dejamos ayer.

Unos segundos de paz y contemplación y a la cama de nuevo, a las 6.30 de la mañana no hay muchas más cosas interesantes que ver a parte del astro rey. Además a pesar de que el clima aquí es muy bueno, hace calor pero no aprieta como para ser sofocante, a la noche en el desierto hace un rasca interesante. Así que con la piel de gallina volví a zambullirme entre las sábanas donde Laura dormía plácidamente.

A la hora acordada, las 8.30 fuimos a desayunar para juntarnos con Gopla y partir hacia Jodhpur, la ciudad azul. En el desayuno aprendí que te puedes sacar un pincho de la planta del pie con una pipa de calabaza, ver para creer. Llevaba todo el día con una molesta astilla en el talón y al pedir unas pinzas al cocinero, apareció con algo entre las manos con lo que me sacó la astilla, si señor, una pipa de calabaza.

Sin astilla que moleste enfilamos la carretera rumbo a nuestro siguiente destino, Jodhpur. De camino Gopla nos preguntó si había algún problema en recoger a la mujer de Mahendra (su jefe) y aprovechar el viaje para acercarla a la escuela donde ella trabaja. Obviamente accedimos y así conocimos a la esposa de Mahendra, Anjana Shekhawat.

Pocos minutos después llegamos a la escuela de Anjana. No sé por dónde empezar a describir esto, las sensaciones se me agolpan en la cabeza. Antes de venir aquí miré ONG, orfanatos y sitios para visitar aquí en India, pero lo descarté inmediatamente. Creo que son sitios donde o vienes a ayudar y tratarlos como un parque de atracciones no me hace sentirme cómodo, a pesar de que me encantan los niños y después de la experiencia en Tailandia es algo que me gusta encontrar en los países, un rato de diversión con los más canijos.

Casualidad o causalidad, pero el destino nos había vuelto a llevar a ellos, a los más pequeños. Nos pasaron a lo que parecía ser el despacho de Anjana y nos ofrecieron asiento a la espera del siempre presente té. A mi me quemaba el culo, 40 niños revoloteando afuera y yo esperando a un té. Pregunté si podía salir fuera con los críos a sacar unas fotos y obviamente no hubo ningún problema.

Aquí empezaba lo que posiblemente y a falta de muchos días por delante sea la experiencia más bonita de este viaje. Tímidos al principio al apuntarles con la cámara, se escondían, reían y hablaban entre ellos. Según les iba enseñando el resultado en la pantalla iba creciendo la curiosidad e iba rompiéndose ese muro entre el extranjero con cámara y ellos. Mientras tanto Laura le contaba a Anjana que yo era peor que ellos mientras reían con la estampa.

Pasaban los minutos y la vergüenza había quedado guardada bajo llave para siempre, fotos, risas y diversión se mezclaban con el polvo del patio. Al final terminamos con una gran foto de grupo que seguro que acabará colgada en algún lugar de la escuela o por lo menos me encantaría que fuera así.  Con cosas como estas a veces tengo que rendirme a la teoría de que las casualidades no existen y que hay algo etéreo que hace que estas cosas pasen. Sea quien sea ese éter, gracias!

Con esta experiencia, he descubierto que  la fotografía muchas veces es la excusa y no el fin. Me explico, obviamente me gustan las fotos que me llevo de la escuela (aunque no son ninguna maravilla tampoco), pero sobre todo me gusta el que la excusa de sacarles fotos haya sido el hilo conductor de un rato inolvidable con ellos. De cualquier otra manera no tengo muy claro cómo hubiera roto el hielo con unos críos que no entendían ni papa de inglés. Como anécdota, les decía “The next one? You? You?” y al cabo de unas cuantas fotos, ellos mismos decían señalando a sí mismos: “You, You…” no entendían nada de lo que les decía obviamente, pero hay en ocasiones que el idioma no es una gran barrera.

Con pocas ganas de irnos, tuvimos que despedirnos ya que las clases empezaban y lo primero es lo primero. Con la firme promesa de que les haría llegar las fotos nos despedimos de todos con una gran sonrisa en la cara. Es agradable ver como la misma gente que 1h antes te miraba extrañada, ahora te despedía sonriente. Sin duda una inmejorable manera de empezar la mañana.

Por delante nos quedaba un buen trecho de viaje hasta Jodhpur. Entre lecturas, sueños y un poco del blog los kilómetros fueron pasando hasta llegar a la ciudad azul, Jodhpur. Jodhpur es el resultado de meter en una batidora a Delhi y Jaisalmer. Aquí se mezcla el caos de los cláxones  de Delhi con las vacas y mercados ambulantes de Jaisalmer. Es como cuando primero aprendes a sumar y restar para luego saber multiplicar y dividir, pues igual. Primero te haces a los cláxones y la locura rodada, luego a las vacas por doquier y finalmente lo juntas a modo de examen final. Gopla, nuestro chofer bromeaba diciendo que el que pasábamos era el único semáforo de la ciudad, y creo que de broma no tenía nada. 1,5 millones de habitantes y un semáforo creo que resumen Jodhpur.

Jodhpur

Jodhpur se reconoce fácilmente ya que muchas de sus casas están pintadas de azul. Gopla nos contaba que solo las podían pintar de azul algunas castas, entre ellas los Brahmanes. Desde el fuerte que corona la ciudad puede apreciarse el colorido de las casas pintadas. El fuerte es imponente por fuera, interminables paredes al más puro estilo minas Tirith del señor de los anillos protege su interior que sinceramente hay que verlo, pero una audioguía más, y más de lo mismo. Algún otro palacio del Maharajá y ya podíamos sumergirnos en el bullicio de Jodhpur.

A última hora de la tarde llegamos a hotel a dejar nuestras cosas y tras un aseo rápido fuimos a recorrer la ciudad,, a verla y a olerla de cerca. No habían pasado más de 5 min desde que saliéramos del hotel, cuando alguien por la calle nos reconoce y se acerca a nosotros, era Nando. Nando es un chico con cara de colgado con el que topamos en Jaisalmer. Nos decía: “No Bill Gates, No Obama, Nando the King of the world”, cada vez que entrábamos o salíamos de la muralla de Jaisalmer.

Nosotros le estrechamos la mano y le repetimos: “Nando the King of the Word” y él nos respondía: “Nos vemos en Jodhpur y me invitáis a una cerveza” y reíamos pensando que eso era imposible. Pues no, no lo era, no salíamos de nuestro asombro mientras Nando nos llevaba a su tienda y nos decía que le debíamos una cerveza, “promise is promise” repetía. Obviamente tenía razón, le pagamos la cerveza y aprovechamos a comprar especias en su tienda. El chico de la tienda nos decía que Nando era un buen tipo pero que tenía problemas con el alcohol, y la verdad es que tenía una sonrisa burlona y no tenía pinta de ser mal tipo. Nos despedimos no sin antes recibir por parte de Nando una oferta para ir a una boda que tenía esa misma noche,… este país es  impredecible. Sinceramente no teníamos ni cuerpo ni valor para ir a una boda con Nando, pero hubiera sido un puntazo sin duda.

Sin muchas anécdotas más, fuimos arrastrando nuestros pies por las atestadas calles principales de Jodhpur hasta que nuestros estómagos (que siguen sin dar problemas) pedían cena. Como guinda al día cenamos en los que dice la guía uno de los mejores restaurantes de la ciudad, que encima estaba en la azotea de nuestro hotel. Tras tirar la casa por la ventana y gastarse la friolera suma de 22 euros (1500 rupias) los dos todo incluido nos dejamos atrapar por el sueño hasta el día siguiente.

7 Responses

  1. ¿Te has perdido la oportunidad de hacer una boda hindú? No me lo creo!!!! :-))))

    Peazo viaje que te estás cascando… qué envidia!

  2. Mil gracias por los comentarios!!!! Hace mucha ilusión ver que la gente sigue el blog!!! Un abrazo!!

  3. A mariví no le hagas ni caso, que siempre está recopilando información para luego irse ella!

  4. Felicidades por tu viaje y mas por tus experiencias vividas … Fantástico resumen

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