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Hoy iba a ser un día de esos que no se nos olvidará en la vida. Pompeya quedará marcada a fuego (y nunca mejor dicho) en nuestras memorias. El porque llegará más abajo.
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Hoy iba a ser un día de esos que no se nos olvidará en la vida. Pompeya quedará marcada a fuego (y nunca mejor dicho) en nuestras memorias. El porque llegará más abajo.

Este era uno de los puntos que más ganas tenía de conocer del viaje, la gran Pompeya. El día una vez más amanecía pronto, las ruinas de Pompeya son enormes y hacen falta varias horas para verlas con calma. Así que con el buche lleno nos acercamos con la furgo a las inmediaciones de la entrada. Según te vas acercando una horda de parking-man te invitan a entrar al suyo pero pensando en que no íbamos a caer en la trampa nos quisimos acercar hasta la entrada, otear y elegir más adelante. Ya enfilados a entrar en un parking Laura me dijo: “Pero esto es carísimo, vamos que seguro que encontramos sitio”. Era pronto y había posibilidades de encontrar sitio, así que en un quiebro de la calle vimos un hueco que llevaba nuestro nombre, así que furgo aparcada y a quemar zapatilla un día más.

En el acceso a las ruinas ya había algo de cola, así que nos pusimos a guardar nuestro turno y en poco más de media hora estábamos dentro. Pompeya es desbordante, solo ver el plano que te entregan ya te hace darte cuenta de que no va a ser un simple paseo. Es lo que tiene ser sepultada por la lava en unas pocas horas. La ciudad, aunque en ruinas, se conserva en toda su extensión. No es una excavación al uso, sientes realmente estar paseando por sus calles, por sus rincones. Si no llega a ser por la cantidad de turistas que hay se podría sentir el kit-kat en el tiempo que ha vivido Pompeya.

La verdad es que la visita es agotadora, según se acercaba el mediodía el sol comenzaba a apretar con ganas y patear las calles de Pompeya empezaba a ser sofocante. La verdad es que podíamos haber pasado en Pompeya varias horas más, pero para no ser unos frikies de la arqueología ya la habíamos pateado un buen rato. La verdad es que la historia de Pompeya es sin duda fascinante. Un ejemplo más de que en esta vida todo es relativo, lo que en su día fue una gran desgracia, hoy se antoja milagroso.

Nuestra impronta de Pompeya estaba cerca ya. Había que devolver las audioguías, pero en la otra punta de las excavaciones así que mientras Laura iba a devolverlas yo iba de camino a la furgo para recogerle en la otra puerta.

Según me acerque a la furgo todo parecía normal, pero al hacer click con el cierre centralizado, no hizo lo que hace habitualmente, un poco extraño. Al abrir la puerta entendí perfectamente todo, nos habían abierto la furgo. Un jarro de agua fría me empapó hasta los pies. Rápidamente le llamé a Laura que se llevó si cabe más disgusto.

Con un poco más de serenidad comencé a analizar la situación. ¿Qué se habían llevado? ¿Cómo habían entrado? ¿Qué había que reparar? La verdad es que al ser una furgo-vivienda la escena es lo más parecido a que te entren en casa. Cajones abiertos, cosas tiradas por el suelo. Mi cerebro iba a mil. Recuento de daños y análisis. Al poco apareció Laura sofocada diciendo que ya había hablado con un policía y que nos esperaba a 200mts de dónde nos encontrábamos.

La verdad es que dentro de la gravedad la cosa era de lo mejorcito que nos podía haber pasado. A mi me robaron algo de material de la cámara, pero todo me lo cubría el seguro y a Laura algo de ropa y un neceser. Por otro lado no había roto ninguna luna, habían entrado pegando un zincelazo a la cerradura, y por suerte seguía abriendo y cerrando. Así que un poco más serenos y conscientes de que la liada había podido ser tan heavy como no tener furgo fuimos a poner la denuncia.

En esta vida lo que nunca puede faltar es el humor, y si hay algo con lo que morirse de la risa es intentar poner una denuncia en Italia. ¿Inglés? Para qué ¿verdad? Si el italiano es el idioma del imperio. De traca, poner la denuncia fue de traca, y a mi me iba la vida en ello ya que es el documento que necesito para que el seguro me cubra tanto el material como la reparación de la cerradura.

Tras un buen rato de tragicomedia romana salimos de comisaría con la denuncia en la mano y un poco alicaídos eso si. Deshicimos el camino hasta el camping. De camino al camping recordábamos aquello de “¿parking? Si es carísimo”. En fin como diría aquel una vez visto todo el mundo es listo y la verdad es que ya sabíamos de la fama de aquella zona, es mas la noche anterior no nos pensamos ni un segundo dejarnos los euros en el parking del puerto. Pero a plena luz del día, a 200mts de la entrada a Pompeya y en frente de un ambulatorio no nos pareció un riesto tan inasumible, error. Este zona es la puta universidad del ladrón, no hay que perder ojo al coche ni un segundo.

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