Último día antes del paraíso terrenal en Varadero. Hoy amaneceríamos en la preciosa Trinidad y dormiríamos en la histórica Santa Clara. Mi despertar fue de lo más cómico. Como un amante asustado por la llegada del cónjuye salí de puntillas del lecho compartido con Jorge. Zapatillas en mano y con andares de avestruz me fui sigilosamente de una casa a la casa donde debería haber pasado la noche. Para rizar el rizo, aparecí una hora antes de lo previsto para el desayuno, así que me senté en la terraza para ver como Trinidad despertaba mientras poco a poco fue llegando el personal para desayunar un día más mango.
Mochilas empacadas, despedidas y vuelta al autobús rumbo a la histórica Santa Clara tomada militarmente por el comandante Che Guevara en diciembre de 1958, durante la revolución dirigida por Fidel Castro contra Fulgencio Batista. Allí un tal Juan, una auténtica biblioteca sobre todo lo que rodea al Ché, nos esperaba al pie del mausoleo al Che Guevara. Un risueño cubano de barba cana y buen porte nos dio la bienvenida con una inmaculada camisa negra con la imagen de Ernesto Guevara grabada. Juan sería nuestro guía en el día de hoy, nos enseñaría todos los lugares icónicos de la batalla de Santa Clara y todo lo relacionado con este personaje histórico, tan comentado y utilizado a lo largo y ancho del planeta.
A los pies de la estatua que preside el mausoleo Juan nos habló de la vida y milagros de la persona y del personaje. Juan ya nos hizo ver claramente su posición ante la revolución comparándonos en varias ocasiones al Che Guevara con Jesucristo. Nos habló de las bondades del sistema sanitario cubano y nunca cuestionó ni un ápice el régimen. Sin duda un convencido de la causa y un buen testimonio del abanico de posicionamiento que puede haber en la isla sobre toda la historia acontecida. En cierta parte fue un contrapunto al discurso que mantuvo Eddy en la ya lejana “charla al fresquito” y eso es lo que ha hecho muy enriquecedor este viaje. Aunque me hubiera encantado ver un auténtico careo entre Juan y Eddy sobre la situación presente, pasada y futura de la isla.
Con un sol que hacía que la piel nos crujiera como el bacon, Juan nos fue contando la vida y milagros del Ché y nos dio alguna pincelada de la batalla histórica de Santa Clara librada a las órdenes del Ché en 1958. Poco más contaré sobre el Ché, ya que hay ríos de tinta escritos sobre el personaje. Pero fue curioso ver la admiración que profesaba Juan a todo lo relativo a la revolución encarnada en la figura del Ché.
Tras visitar el interior del mausoleo donde se supone que está enterrado Ernesto Guevara. Digo se supone porque la polémica sobre la identificación del cadáver es un tema bastante polémico. Nuestro querido Jose Pablo y su vena periodística quiso incidir sobre la prueba de ADN que al parecer nunca se realizó, y Juan se zafaba como podía de la pregunta argumentando que el reconocimiento era irrefutable. Como os podéis imaginar, certificar que el cadáver del Ché no es realmente suyo supondría un importante revés a toda la “propaganda” generada en torno al personaje y a su mensaje.
Tras esta parada histórica nos fuimos a otro punto icónico. Una plaza donde se conserva el bulldozer original responsable de la emboscada de los rebeldes a las tropas de Batista que fueron sorprendidos en una zona desprotegida dentro de los convoyes del tren. Esta batalla, aunque Juan nos contaba que no fue la más compleja, si que ha sido la más contada de las victorias de la revolución, sobre todo siendo el Ché el que estaba al cargo de la victoria de Santa Clara.
Una última visita a una estatua llamada “El Che y el niño” diseñada por el vasco Casto Solano. A primera vista, la estatua del Che Guevara con un niño en brazos parece una sencilla representación de su protagonista. Sin embargo, si la ves de cerca puedes apreciar distintas referencias a la vida y la personalidad de Guevara. Allí Juan siguió contándonos la vida y milagros del argentino nacionalizado cubano más conocido de la historia. Una vez más Juan se zafó de una pregunta, en este caso mia. Le pregunté sobre su opinión de que un hombre que aspiraba a vivir sin dinero se haya convertido en un souvenir que mueve miles de millones dentro y fuera de la isla. Su respuesta un escueto, “eso no lo decidió el…”. Yo no tengo alma periodista y no seguí repreguntado ante tal absurda respuesta.
Con una buena dosis de historia sobre nuestras espaldas fuimos a llenar la panza para después ir a nuestros nuevos aposentos, instante exacto en el que literalmente el cielo se cayó sobre las calles de Santa Clara. Disfrutando del aguacero desde el autobus estuvimos un rato antes de ubicarnos cada uno en nuestras casas para pegarnos una siesta de esas que hacen historia.
La siguiente actividad sería el primer ensayo de nuestro super videoclip de “Hasta que se seque el malecón”. En una lonja contigua a las casas hicimos nuestros primeros pinitos a las ordenes de los pacientes profesores. Además esa noche tendríamos clases de salsa, así que era una buena manera de romper el hielo.
La noche estaba reservada a visitar “El mejunje”. Un local pionero en Cuba, ya que se trata del primer local con espectáculos de gente transgenero y un referente en la lucha contra la homofobia. Sin duda una de las asignaturas pendientes de Cuba. Aún tengo grabada la respuesta de Juan, asegurando que no era homofobia el que se viera mal besarse a dos personas del mismo sexo en la calle. Al final los planes cambiaron un poco. La actividad del local había cambiado un poco debido a una agresión homófoba producida ese día o pocos días antes y además el portero no nos dio mucha garantía con un “tened cuidado con las cosas”. Resumiendo que pasamos del mejunje y nos fuimos en busca de plan B por las calles de Santa Clara.
Finalmente y tras dar unas cuantas vueltas, decidimos que era el día para pillar unas cuantas botellas de ron e irnos a la terraza todos a echar unas risas. Y dicho y hecho, una velada muy amena con juegos propios de campamentos y sobre todo muchas risas. Cubata a cubata y charla a charla el grupo se fue reduciendo hasta que los últimos de la fila, tras intentar arreglar el mundo una vez más, nos plegamos para decir adiós a la parte central del viaje. Ahora solo quedaba dejarnos conquistar por los placeres de Varadero.