Otro día más con dianas sabor a Mango. Hoy tocaba despedirnos de Viñales, sus puros y sus noches se salsa. Nuestra siguiente parada sería Trinidad una de las ciudades coloniales mejor conservadas no sólo de Cuba, sino también de América, inscrita en la Lista del Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco.
Antes de nuestro destino último, nuestro querido Eddy y su “partner in crime”, Salcedo (el chofer), nos ofrecieron la opción de hacer una visita a Cienfuegos conocida como la Perla del Sur. De Camino a Cienfuegos hicimos una pequeña pero deliciosa parada en un mirador junto al hotel “Horizontes Los Jazmines”. Desde el mirador se podía ver como la bruma mañanera acariciaba las palmeras y al fondo formaciones únicas en la isla, los mogotes, nos daban los buenos días. Ahora si, rumbo a Cienfuegos.
Cienfuegos fue una visita rápida. Personalmente no me emocionó mucho. La ciudad, o al menos lo que vimos, se limitaba a una calle más o menos turística que desembocaba en una plaza donde unos inmaculados y demasiado perfectos edificios la rodeaban. Viniendo de la autenticidad de los desconchones de La Habana, me pareció todo demasiado bien puesto. Pero bueno, cualquier visita es bienvenida y me alegro haber hecho esa escapada de la ruta prevista. Aunque quizá me alegro más por lo que vino justo después.
Ya con la hora de comer en la nuca, Eddy una vez más nos gestionó un plan sobre la marcha para comer en un chamizo con vistas al Caribe (literal) donde disfrutamos de un pescado de cuyo nombre no quiero acordarme pero que me supo a gloria. Eso si, como os podéis imaginar el bañito en el Caribe no lo íbamos a perdonar. Así que entes de sentarnos a la mesa nos pegamos un buen chapuzón. Ahora si ya podíamos decir que nos habíamos bañado en el Caribe, porque no olvidemos que Varadero es Oceano Altántico, no Caribe. Un momentazo más del viaje.
Plan imporvisado finiquitado y rumbo a nuestra siguiente morada, Trinidad. La llegada a Trinidad al borde del diluvio hizo que dudaramos del mejor plan de ataque. Definitivamente decidimos repartirnos ya en las casas donde pasaríamos la noche antes de salir a conocer la preciosa Trinidad. Nuestra casera, Teresa con sus rulos bien armados nos enseñó la casa y nos puso las pilas con un temazo a todo volumen en los bajos de su casa que nos hizo anticipar lo que nos iba a deparar esta Ciudad.
El primer paseo por Trinidad fue una auténtica delicia. No hacía falta caminar mucho para saber que Trinidad era una joyita. Un pueblo que ha conservado su carácter de pueblo a pesar del turismo. Calles empedradas abrazadas por casas que abarcaban casi la totalidad de la gama cromática. Niños correteando por las calles, gente en los portales viendo la vida pasar combinados con tiendas para el turismo pero personalmente creo que de una manera muy armoniosa. Finalmente llegamos a la plaza de Mayor de Trinidad que es una preciosidad rodeada por edificios del siglo XVIII y XIX. Allí Eddy nos contó todos los detalles históricos de Trinidad y de la región para darnos, como buenos alumnos, un rato de tiempo libre antes de volver a las casas a cenar.
Cada cual nos fuimos dispersando en base a lo que nos interesaba más o menos, y finalmente Cristina y yo terminamos callejeando por la zona más “underground” de Trinidad. Los turistas desaparecieron, las casas bonitas fueron perdiendo algo de color e incluso vimos algún caballo aparcado en la calle. Estos son los momentos que disfruto especialmente, caminar fuera de lo “bonito” y llegar a lo “auténtico”. Fue un paseo agradable donde vimos a la gente de Trinidad en su día a día. Así que calleja a calleja regresamos a la Plaza Mayor donde habíamos quedado en reunirnos a las 20.30. La Plaza Mayor es bonita, pero quizá sea el punto que menos me haya gustado de la ciudad, por encerrar quizá la parte más turística. Un par de bares, tiendas y un punto wifi hacían que la plaza no oliese tanto a Trinidad.
Pero como casi todo en Cuba, el plan menos interesante como la vuelta a casa se convirtió en EL momentazo del día. Como ya habíamos venido observando, en Trinidad cada casa monta su propia fiesta particular en los bajos, con la música a todo trapo. Pero en una calle de camino a casa, la estampa era de lo más surrealista. Pegado a una capilla donde se estaba oficiando misa, un bajo escupía regeton a un volumen digno de discoteca y al acercarnos nos dicen: “Es el cumpleaños de la niña” pasad. Madre mía, no os podéis imaginar lo que supuso esa decisión.
Tras felicitar a la cumpleañera que celebraba su séptimo cumpleaños entramos en la fiesta donde sin mediar palabra, ni si quiera una cortés mirada, las madres de la fiesta decidieron saludarnos poniendo el culo en pompa en nuestras respectivas entrepiernas (las de Morón y las mias) y perrearnos al ritmo de “despacito” mientras la niña en cuestión hacía twerking como si no hubiera un mañana. Mi rictus se debatía entre la gracia, y el “cuando se acaba esta canción por dios”.., la de Morón era más de “que bien ¿no?”. Fue un momentazo brutal. Media expedición bailando en una casa ajena, al lado de una misa con dos madres perreandonos. Creo que un video puede explicar mejor el momento.
Perreo terminado, tocaba volver a casa comentando la jugada del día. Pero el cielo había esperado ese preciso momento para descargar con furia la tormenta tropical del día. Y de veras que es uno de los momentos que con más cariño recuerdo del viaje. Calles desiertas de noche, las risas tras el baile y con media familia corriendo por las calles empedradas de Trinidad bajo la lluvia. Si habéis visto Midnight in Paris, comparto la afición con el protagonista. Empapado y con dolor en los carrillos de reirme. Así me metía a la ducha para ponerme las galas antes de la cena en familia.
Esa noche cenaríamos la mitad del grupo en cada una de las casas con las respectivas familias. Teresa nos hizo una cena que sencillamente estaba deliciosa. Pero el contexto lo hacía aún más especial. Una larga cadeneta desde la cocina hasta la terraza para subir todos los platos y una charleta con Teresa hicieron de la cena una velada única. Y aún quedaba la sobremesa, y madre mía qué sobremesa. Solo diré que pasamos del impuesto de sucesiones andaluz, a como meamos cada uno en nuestras casas pasando por la ley de maternidad.
Os podréis imaginar, de esas de horas arreglando el mundo. Mientras los cracks del baile: Cristina, Tomás, Estrella y Alba se encargaban de definir la coreografía del viaje que deberíamos aprendernos los siguientes días para hacer nuestro particular videoclip. La canción, referendum mediante, sería “Hasta que se seque el malecón”.
Con el mundo arreglado y la coreografía encaminada tocaba salir a conocer la noche trinitaria. Nos habían hablado de una discoteca que estaba en una cueva, y poco nos hace falta para convencernos de que hay que ir a conocerla. El camino terminó siendo como el de Oz pero en vez de con baldosas amarillas, con puestos de mojitos a un C.U.C. (moneda de Cuba). Y tras el último repecho ahí estaba. Nos os diré más que la dirección que aparece en Tripadvisor es “En lo alto de la colina”, con esto lo digo todo. 5 C.U.C y una entrada con caja registradora nos hicieron presagiar que no sería tan auténtica como la de Viñales.
Y así fue, el espacio molaba mil pero era bastante guiri, poca salsa y mucho regeton. Pero una cosa os confesaré, el que escribe estas lineas necesitaba un poco de jaleo y de hacer el borrego, y me temo que no era el único. Así que sacamos un poco el diablo que llevamos dentro, bueno un par de botellas de ron lo hicieron salir. A pesar de lo guiri del sitio yo me lo pasé como los enanos, lo eché todo en la pista y a una hora prudente nos volvimos caminando por las solitarias calles de Trinidad de vuelta a las casas dejando atrás lo que bautizamos como “La gruta del bacalao”.
Y para rematar la jugada, mi casa estaba cerrada, no tenía llaves y volvía con gente solo de la otra casa. Una vez más, otro momentazo, terminé durmiendo haciendo la cucharita con Jorge mientras Alba (su chica) se arrejuntaba con Cristina y Laura en una especie de lecho comunal. Desde aquí gracias equipo.
Perecía que nunca iba a terminar, pero con una sonrisa de oreja a oreja terminaba un día más en Cuba.