Hoy tocaban dianas a las 5 AM, un avión destino Juliaca nos esperaba a las 7AM. A eso de las 8AM estábamos aterrizando en Juliaca, como dato curioso pudimos ver desde el avión el volcán Misti humeante.
Aún nos separaba otra hora más por tierra hasta el embarcadero donde nos esperaba Abraham para llevarnos a una de las islas flotantes de las Islas Uros en el lago Titicaca, el más alto del mundo a unos 3800 mts sobre el nivel del mar.
Navegar a más de 3800 mts no es algo que vaya a repetir muchas veces en mi vida, y encima el cielo estaba espectacular. Las islas Uros son un conjunto de islas hechas de totora, una especie de junco con un interior poroso. Lo más sorprendente de estas islas, es que flotan, son una especia de balsas gigantes donde viven entre 2 y 4 familias. Nosotros elegimos la isla de Khantati, donde viven Victor y Cristina junto con otra familia, Abraham quien nos recogió en el muelle era el sobrino y también vive en la isla.
En las Islas Uros se pueden visitar muchas islas, hay excursiones que salen a diario con bracos llenos de turistas que paran en una isla donde les reciben con los trajes típicos y bailando en una especie de circo del siglo XXI. Y esa es precisamente el motivo para elegir la isla de Cristinas y Víctor, ellos ofrecen un turismo que ellos denominan vivencial.
La idea es pasar un día en su isla y conocer sus costumbres, su día a día de una manera más cercana, menos teatralizada, aunque no olvidamos que seguimos siendo turistas. El concepto low turism no sé si existe y si no me lo invento, esta sería un poco la idea.
Entre las charlas que tuvimos con Víctor nos contaba como antes se dedicaban a la artesanía pero como siempre pasa, se quejaban de que los intermediarios siempre se quedaban todo y a ellos les llegaba una miseria.
Víctor nos contaba como Cristina decidió emprender este proyecto de turismo vivencial evitando todo tipo de intermediarios y agencias, Victor nos contaba cómo habían pasado años muy difíciles, y que les llamaban locos.., ¿cómo va a venirse alguien a dormir aquí?, les decían.
10 años después la gente en el puerto dice ser Cristina para llevarse el gato al agua, todos intentan imitar su formato y hoy aparecen en la Lonely Planet. Cristina da charlas por Perú sobre cómo emprender un proyecto. Si de casa ya venía interesado por la historia de Cristina, oírlo de viva voz no hizo más que reafirmarme en la decisión tomada.
La isla es un remanso de paz, en medio del Lago Titicaca y con una extensión de un campo de futbol, solo puedes rendirte a la vida contemplativa, a descansar y a intercambiar experiencias con los vecinos que en este caso era una pareja de Alemanes, que se habían conocido en Cordoba, y no te lo pierdas, ella había vivido un año de intercambio en Zaia, el mundo es un pañuelo.
Tras un rato saboreando la isla llegó Victor que nos llevaría a pescar y a enseñarnos como se corta la totora, materia prima para absolutamente todo en sus vidas. Juntos los 5, nos montamos un una barca, obviamente de totora, y nos perdimos entre la maleza del lago hasta llegar al punto donde Victor tenía puesta la red.
Durante el camino nos iba contando innumerables curiosidades y aspectos de sus vidas que tardaría días en escribir aquí, boquiabiertos los 4 les preguntábamos cosas de alguien que no vive en una isla flotante:
- ¿Cómo conocéis a vuestras parejas viviendo en islas separadas?
- ¿Cómo enterráis a vuestros muertos?
- ¿Cómo van los niños a la escuela?
Poco a poco se fue pasando el día viendo como Victor pescaba y cortaba la totora, sin duda un experiencia muy enriquecedora.
Ya de vuelta en la isla una suculenta comida nos esperaba, quinoa con trucha,… paras chuparse los dedos. Tras llenar la panza, un poco de relax antes de la parte más lúdica del día, probarse los trajes típicos.., la verdad es que uno se siente disfrazado, pero es interesante conocer los atuendos y significados de sus prendas.
Tras sacarnos las fotos quizá más “giuris” Victor nos volvió a reunir para explicarnos cómo se construían las islas, que fases eran necesarias, y cómo debían sustituir partes de la isla según se iban pudriendo.
La conversación derivó en religión, política y un sin fin de cuestiones que son lo que hacen de los viajes algo inolvidable.
Tras rendir cuentas con una crema deliciosa nos fuimos a nuestras respectivas cabañas, la nuestra era la Munsmawa, que significaba “te quiero” en Aimara.
Sin darnos cuenta nos cogió la noche y una tremenda tormenta que se abalanzó sobre el lago, los rayos iluminaban de una manera casi de película el lago, era hora de cenar. Meterse en la cama fue un flasback sin igual, un par de botellas de agua caliente estaban esperándonos entre las sábanas, la temperatura había bajado bastante y fue una vuelta a la infancia tan directa que me quedé pasmado.
La verdad es que dormirse en una cabaña de totora en medio del Titicaca, oyendo como las gotas de lluvia golpetean en el techo como una dulce nana no tiene precio.